Nos
habíamos acostumbrado y lo pasábamos en grande cada vez que íbamos a aquella
piscina con mi nieto. Alguien, de vez en cuando, dispersaba por el agua nueces
y huevos kínder que los niños compartían después de ver quien encontraba más. Y
luego venía la fiesta. Al ganador se deba un folio con letra pintadas en rojo y
en la concha de muñequitos famosos y otras imágenes se entrelazaban.
Ayer
cuando pasamos por aquel barrio donde está la piscina nos acordamos y fuimos a
verla. Era la hora piscina del cursillo de verano y hacían juegos acuíferos. Y
llegó el turno de pescar huevos y nueces. Y ¡oh sorpresa¡, ¡qué diablos de
muñecos y rostros, un tanto grillosos, eran aquellos! ¡de muchas nueces salían
muñecos con la cara de Donald Trump! No venía con su corbata clásica sino con
un chaquetón de cuero con cinturón ancho color marrón.
Y
¿qué fiesta íbamos a hacer allí con la sola cara de este fantoche? Ni a los
niños ni a los mayores les hacía gracia la pinta de aquel individuo. Dicen
algunos que ha matado la globalización. Más bien, la ha reconvertido. La
globalización soy yo, es lo que predice. Por eso a los periodistas les llama
meteretes. A los jueces les dice que no saben hacer bien las cosas y que
aprendan de él y sigan sus pasos y a los políticos les obliga a votar en una
dirección. Por supuesto sus hijos no pueden mezclarse con el resto de los
mortales y les pone profesores a su medida.
Sus
primeras decisiones auguraron al mundo lo peor: la construcción de un muro de
3.000 kilómetros en la frontera con Méjico, nuevos muros para dividir y separar
a los ricos de los pobres, a los buenos de los malos; la construcción de dos
oleoductos de 4.000 kilómetros con acero exclusivamente americano, para
conducir el petróleo extraído por fracking, ¡y qué más da que tenga que
atravesar el territorio tradicional de los sioux!
Los niños dejan
el juego y se amazacotan para subir los primeros y salir de la piscina. Tiran
las nueces al agua. Se pelean por subir primero las escaleras. De repente todo
comienza a ponerse oscuro. Los niños miran detrás de las ventanas. Los padres
les reguardan. Algunos lloran. Casi todos tiritamos. Y en ese momento las fotos
de Trump parecen ponerse de pie flotando en el agua, entra una banda orquestal
de barrio, portando, en su música y voces, canciones que ahuyentan los malos
espíritus. Nadie vio desparecer a Trump. Todos vimos una oscuridad cierta que
se apoderó del salón cuando llegaron los salvavidas de los bandoleros. Al día
siguiente nos enteramos por el periódico que el muchacho en cuestión había
llegado a Helsinki tres horas después del evento en nuestra piscina.
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