Todo parece indicar que, a mitad de semana, el ínclito Donald Trump sacará
a su país del Tratado de París sobre el cambio climático. El pretexto es eliminar
las trabas que se derivan del acuerdo en lo referente a la creación de empleos
en Estados Unidos.
Negar la evidencia del cambio climático, tal y como hace la administración
republicana, es una postura tan retrógrada como la de aquellos que mantenían que
la Tierra era plana y el Universo giraba a su alrededor. De nada sirven las
evidencias. No hace mucho, la jerarquía católica se oponía a la investigación
en células madre, preocupada –decían- por las posibles aberraciones que
devendrían de tales adelantos científicos. Hoy nadie se acuerda de aquella polémica.
Era una de esas falsas argumentaciones, como lo son las que mantienen estos
negacionistas de la desertización y del aumento de las temperaturas en el
planeta.
Ni siquiera su argumento de creación de empleo en Estados Unidos se
mantiene. Lo que se gana por un lado se perderá por otro. Esos nuevos empleos
creados en la industria de las energías fósiles ni siquiera compensarán los que
se dejen de crear en el sector de las energías limpias. Pero con una diferencia
a peor: los efectos perjudiciales de detener el cambio de modelo energético
serán irreversibles.
Y detrás de este populismo “trumposo” están los intereses de siempre. Se
argumentan “empleos” cuando debería hablarse de “beneficios”, los enormes beneficios
de “los de siempre”. Se esgrime el capote de apoyo a la clase trabajadora
americana, cuando lo que realmente importa son los balances de la industria
petrolera, ansiosa por meter mano a los yacimientos de Alaska. La Demagogia
cotiza en bolsa (…y al alza). ¡Hay que ver lo difícil que es dar un paso
adelante y lo fácil que resulta dar dos zancadas hacia atrás!
Y ya que de energías va
el comentario de hoy, solo cabe concluir con un triste “apaga y vámonos”.
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