Caminaban juntos a la orilla
del mar. Hacía frío. No era el momento más idóneo para sentir el remolino del
agua en la orilla enjuagando sus pies. Pero consideraron que era una forma de
enviar al fondo del océano las ridículas conversaciones que habían tenido el
día anterior. En silencio y envueltos por las nubes del invierno, que no
dejaban ver el sol al caminar, sentían cada uno la necesidad de la sombra del
otro. Y para firmarlo nada mejor que una aventura: con el frío del tiempo en
general y el frescor del agua en la mañana se tiraron al mar y un abrazo
empapado en agua selló el final de una de sus penúltimas disputas.
Y todo ello que parece
insignificante produce un destello en el mundo. Esta pareja que es consciente
de sus debilidades y grandezas somos también nosotros en ese “hacer milagros”
de cada día junto al “quemar las naves” de cualquier lugar. Aquellos que son
capaces de reforzar más sus uniones somos también los demás que crecemos en
fuerza en otras partes. “Cambio de
agonía como de vestidos, no le pregunto al herido cómo se siente, me convierto
en el herido. Sus llagas se hacen
lívidas en mi carne mientras le observo, apoyado en mi bastón. Ese hombre que se sienta en el banquillo y
es acusado por hurto soy yo, y ese mendigo soy yo también” Miradme, alargo el
sombrero y pido vergonzosamente una limosna…”.
Y esto ¿quién lo ha dicho?
Sí, sí, ¿Quién ha dicho esto? Esto lo ha dicho el poeta, cualquier poeta. (León
Felipe)
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