La reciente muerte de un torero español en una plaza del sur de Francia ha
reactivado –si es que alguna vez no lo estuvo- la polémica de “toros sí – toros
no”. De nuevo, unos y otros argumentos llenarán las redes sociales y enconarán
las posturas irreconciliables. Seguramente, habrá quien trascienda del debate y
celebrará con champán el fallecimiento de Iván Fandiño. Pero no seremos aquí
quienes caigamos en esa aberración.
Sin embargo, gran parte de los medios de comunicación –siempre dispuestos
muchos de ellos a aprovechar el morbo del luto- volverán a sacar los
estandartes del arte y la cultura, nos hablarán de Lorca y de Picasso para
defender lo indefendible. También hubo entre grandes escritores y, quizás,
entre intelectuales de prestigio, quien defendiera, en su día, la vigencia de
las peleas de gallos o las luchas de perros.
Por eso, porque no hay duda de que habrá quien convierta en mártir al
desgraciadamente fallecido torero, conviene conservar la objetividad e insistir
–con todo respeto hacia quien opine diferente- que la tauromaquia es algo que
debería pasar a ser una reliquia del pasado.
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