Cansado del curre llego a casa,
enciendo la tele y ¡sorpresa! En la pantalla, mis abuelos maternos con un
alegueteo más que fino.
¡Ella le llama Prometeo! y es
que en el fondo lo ve como su protector, sobre todo en estos tiempos en que,
recién casados, lo único que se encuentra para comer es gofio y cebollas. Y con
voz de miedo, pero con los ojos llenos de esperanza le dice: Siento que mis
huesos están llenos de barro y que, algo como un buitre, devora mis entrañas.
Pero mi esperanza no se ha perdido porque tú, Prometeo, tú estás conmigo.
Se produce un corte en la
película, un minuto que es algo así como un paréntesis en blanco donde en algún
espacio hay unos cuantos puntos bastantes separados el uno del otro) y les veo
a los dos de nuevo. Sí, a mis abuelos que, mirándose el uno al otro, con lo
puesto, sin pasaporte, pero llenos de ilusión, se bajan del barco que les ha
traído a Cuba. Ya les han conseguido un pequeño local en la calle Sitio, 50 en
plena zona antigua de la ciudad, y al día siguiente comenzarán su aventura con
una tienda “para todo” desde comestibles a hilos de coser, pasando por
molinillos de millo hasta naranjas cogidas el día en la huerta (de alguien
tendrían que haberse copiado las “tiendas para todo” de hoy de los chinos). Su
proyecto es ajuntar todo lo que puedan para en diez o quince años volver a
Canarias, con un dinerito ahorrado, y montar un tinglado de labranza y
agricultura.
Les saldrá bien el proyecto.
No me cabe duda. Y formarán parte de los nuevos indianos.
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