jueves, 15 de junio de 2017

Cada mañana


Vivía en un estrecho callejón. A la mañana se despertaba y abría la ventana de su habitación. Solo veía otra ventana: la de la casa enfrente de la suya. El mundo se le venía encima. Se enfundaba una ropa ligera y caminaba un kilómetro y algo. Ahí, al final del callejón, cambiaba el paisaje: la bahía, el valle, la mar y la infinita línea del horizonte. En ese momento, comenzaba su día. Alzaba sus manos, sintiendo unir el cielo con la tierra que pisaba. Observaba el camino por hacer. Su interior salía de sí mismo. Ya podía regresar a casa: ducharse, desayunar y emprender la aventura del día. Llevaba consigo la estrella de la mañana. Y los acontecimientos irían entrando momento a momento durante el día. Mientras, analizando lo que tenía programado para el día, cerró los ojos y vio una perspectiva positiva. No en vano llevaba consigo la estrella de la mañana.


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