El día pasaba y su tristeza
aumentaba. No sabía el motivo ni cuál era el problema. Y con su mente ida,
recordó sonrisas y miradas de alegría con las que se había encontrado en su
vida. Recordó también cuántas veces se había encontrado con personas llenas de
tristeza y a las que le ofreció su hombro como consuelo y llave para la
sonrisa. Ahora era él quien se sentía solo. Se dirigió a aquella zona del
parque menos iluminada y donde un banco vacío le invitaba a mirarse hacia sí
mismo y encontrar los motivos de su vivir. Poco a poco fue percatándose de que
su conciencia estaba sana. Y se dijo asimismo: “Cuando te sientas triste
¡revélate¡ y convéncete que eres tú quien puede convertir ese triste infierno
en un alegre paraíso”. Levantándose de aquel banco y mientras se dirigía a la
zona más iluminada del parque levantó sus brazos y mirando hacia lo más alto
del cielo azul caminó sonriendo diciéndose una y otra vez: “Yo sé que lo
conseguiré”.
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