Estaba arrepentido de su
comportamiento con ella aquella noche de navidad en el restaurante donde se
encontraron. Ahogaron sus penas entre el alcohol del restaurante y la cama de
Eduardo en su casa. Ella se había marchado contrariada al amanecer. Y, al día
siguiente, ya en su trabajo, recibe de él un ramo de flores ante la vista del
resto de sus compañeros, todos hombres, de aquella gran sala de su sitio de
trabajo. Al poco tiempo sonó el teléfono y escuchó la voz de Sergio que le
pedía excusas de mil maneras diferentes, al tiempo que, en persona, aparecía en
los locales de la oficina. Mientras él insistía en volver a vernos, ella miraba
hacia la puerta de salida y señalando con el dedo la puerta en cuestión le hizo
señas de no volver nunca más. Nerviosa al por mayor, pero con sus cinco
sentidos en orden pidió autorización a su jefe para retirarse aquel día del
trabajo y, al hacerlo, puesta en pie se dirigió a sus compañeros diciéndoles:
Antes de salir hoy del
trabajo, y visto lo visto, quiero decirles un par de cosas: “Todos tenemos
cosas en nuestras vidas que no nos enorgullecen y nos gustaría borrar de
nuestras memorias, pero tenemos que recordar que esas son las cosas que nos
hacen ser lo que somos hoy. No podemos avergonzarnos de nuestro pasado porque
esos errores forman parte de nuestra vida y nos hacen más fuertes, más sabios y
más capaces de lidiar con la vida.”
Aquel incidente, no sabemos
cómo, llegó a oídas de todos los grupos de la gran comunidad laboral a la que
pertenecemos, con lo cual durante tres días seguidos estuvimos, en la oficina, recibiendo
poemas y reflexiones a través de los cuales nos hacían llegar sus
felicitaciones con frases y expresiones como estas: “No arruine su vida
presente con el pasado” , “que los mejores momentos de su vida no queden
eclipsados por sus errores”, “es hora de abandonar el pasado y seguir para
adelante”, “no se pierda las lecciones de sus errores”, …
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