El día estaba ya refrescando. Era domingo y la gente del pueblo, a la puesta de sol, solían salir a la calle para relajarse un poco y compartir con los vecinos. Al atardecer, era cuando se notaba ese refresco por la inmensa ola de calor. Caminando por la plaza del pueblo, dados de la mano, sentía como si la primavera conviviera con su sangre. De su mano cogí firmemente en las mía su rosa de amor.
Ella, por su parte, al sentir la fuerza de su mano sobre la suya cayó en la cuenta que todo en la vida no venía de fuera sino que era para nosotros como una brisa notable que contenía susurros del mar salidos del corazón de cada uno. Los susurros no se inventan. Salen del corazón de cada uno.
Son los momentos de cada pareja donde no hay mañana ni ayer, donde no existe el bien ni el mal. Así nos sentíamos y sin contárnoslo lo notábamos: lejos de memorias pasadas, despreocupados de cosas por hacer, poder y dinero no nos preocupaban. Solo pensábamos en el hoy. En ese hoy que a todos nos gustaría se convirtiese en siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario