Con frecuencia dudaba si
ponía mucha, poca o nada de sal en la comida. La realidad se le presentaba ante
los ojos y la encubría procurando no pensar en algo que no le afectara
directamente. El mundo parecía su enemigo. Pero una y otra vez, como gotas de agua
que caen en tierra y comienzan haciendo un charco, su pensamiento crítico
destructivo, limitando todo lo que se le venía encima, ahogaban su conciencia
en un mar de negatividad. No había forma de enseñarle a pensar de forma
decidida. Lo más fácil era criticar lo que veía. Lo complejo era cambiarlo. Y
de eso pasaba. Bastante hacía protestando.
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