Iba
preparando su proyecto compartido de vida con cuidado. El mismo lo repetía: con
cuidado, es mucho cuidado. Paso a paso. Poco a poco. Fue amueblando la casa que
habían alquilado sin muebles. Y con cada cosa que ponía sus sentimientos
explotaban con ganas de decírselo a ella para que lo disfrutara también. Ella,
por su parte, intrigada por los ratos largos que la dejaba sola, en algunas
tardes, sin su compañía, comenzó también a elucubrar ideas. Y al tiempo que las
hacía realidad, colocando cada cosa en la habitación grande que sobraba en casa
de su madre sentía una pequeña tormenta en su interior.
Mientras
en paralelo vivían la armonía entre los dos, al tiempo ambos se preguntaban si
aquella construcción hecha por uno solo, pero para disfrutarla los dos había
sido una buena idea que creara más armonía o estaba ocultando una tormenta.
Llegado
el momento de cada uno enterarse del proyecto del otro, sin haber compartido al
menos la idea, de telón de fondo se escuchaba una musiquilla que era así como
el sonido del hombre con largos cuchillos, con revólveres y fusiles. En el
fondo había tenido un diálogo silencioso, pues cada uno lo hacía pensando en el
otro. Y convinieron que no basta pensar, sino también hay que hablarlo,
decirlo.
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