Ya habíamos perdido la esperanza de verlo en vivo. Y esta
tarde, el de las sienes plateadas y cabello gris con la sonrisa amplia que,
sentado en la sala de casa, hablaba y preguntaba a todos nosotros era nuestro
hermano mayor. El deseado.
Había que hacer cuentas para calcular cuántos años hacía que
se había ido a aquel país lejano. Y, cuando muchos de nuestros paisanos se
plantean hoy su misma aventura, nuestro hermano ha regresado. No para de
hacernos preguntas y a las nuestras responde siempre con una amplia sonrisa y
un gran optimismo. Sí, son muchos los desengaños sufridos, nos cuenta, pero
estoy ansioso de una vida nueva en este punto de mi edad cuando el DNI parece
ser un diagnóstico de enfermedad. Y nos cuenta como allí, desde donde viene,
están ahora en el otoño. Días antes de volver para acá, nos dice, las hojas de
los árboles se volvieron amarillas y antes de que la melancolía volviera a
apoderarse de mi decidí volverme. Lo allí ganado aquí lo invertiré y después de
haber andado muchos caminos y de ver caravanas de tristeza quiero veros cantar
y bailar en familia alrededor de un fogón jornalero que nos dé el pan de cada
día.
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