lunes, 1 de mayo de 2017

Alternativas

Habían formado un grupo de maestros heterodoxos. Les preocupaba los desafíos cívicos que se encontrarán los alumnos dentro de unos años, ciudadanos del mañana. Y piensan que la programación de la enseñanza sigue siendo muy tradicional. ¿Para qué invertir tanto tiempo explicando las raíces cuadradas, las ecuaciones o logaritmos, cosas todas que no vamos a emplear en la vida diaria? ¿Por qué no dedicar ese tiempo a sembrar las actitudes y acciones que deben guiar a los ciudadanos del mañana? Han marcado como uno de sus objetivos “lograr unos mínimos comunes de justicia y unos máximos de felicidad”.

La primera base de este sistema educativa tendría que ser aprender a quererse a sí mismos. Frente a ellos tienen al grupo de los de siempre, a la dirección, aferrada a una concepción trasnochada de la vida desde perspectivas religiosas cerradas. Aquellos tienen la ilusión, estos tienen la fuerza. Una fuerza que puede convertirse en despido laboral de los primeros. ¿Qué hacer, se preguntan? ¿Cómo querernos a nosotros mismos haciendo lo contrario de lo que pensamos? ¿Conciencia versus salario? ¿Ilusión versus estancamiento? ¿Cambio versus borreguismo?


No resulta nada fácil sin haber hecho la digestión de las crisis sufridas, afrontar otra que pueda venir.



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