Habían formado un grupo de
maestros heterodoxos. Les preocupaba los desafíos cívicos que se encontrarán
los alumnos dentro de unos años, ciudadanos del mañana. Y piensan que la
programación de la enseñanza sigue siendo muy tradicional. ¿Para qué invertir tanto
tiempo explicando las raíces cuadradas, las ecuaciones o logaritmos, cosas
todas que no vamos a emplear en la vida diaria? ¿Por qué no dedicar ese tiempo
a sembrar las actitudes y acciones que deben guiar a los ciudadanos del mañana?
Han marcado como uno de sus objetivos “lograr unos mínimos comunes de justicia
y unos máximos de felicidad”.
La primera base de este sistema educativa tendría
que ser aprender a quererse a sí mismos. Frente a ellos tienen al grupo de los
de siempre, a la dirección, aferrada a una concepción trasnochada de la vida
desde perspectivas religiosas cerradas. Aquellos tienen la ilusión, estos
tienen la fuerza. Una fuerza que puede convertirse en despido laboral de los
primeros. ¿Qué hacer, se preguntan? ¿Cómo querernos a nosotros mismos haciendo
lo contrario de lo que pensamos? ¿Conciencia versus salario? ¿Ilusión versus
estancamiento? ¿Cambio versus borreguismo?
No resulta nada fácil sin
haber hecho la digestión de las crisis sufridas, afrontar otra que pueda venir.
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