Le gustaba observar a los
demás. Mas bien, digamos, “curiosear”. Tanto que hace poco tiempo encargó unas
ventanas especiales para su casa. Ella podía ver todo lo que ocurría en el
exterior pero a ella desde fuera nadie podía verla.
Cuando alguien tenía dudas
sobre las costumbres de algún vecino del barrio el medio más eficaz para
conocerlas era preguntar a Elena. Ella se creía la más integra y los vecinos se
preguntaban de dónde sacaba el tiempo, pero al -seamos sinceros- todos
procuraban no aparecer demasiado muy íntimos de ella, y algunos había que
buscaban la manera de darle una lección.
Más de uno (y de dos) pensaba
ella no debía meterse en ese juego ni los vecinos darles comba, pues, a fin de
cuentas, era un modo de caer en lo mismo que criticaban. Pensaban que la
libertad es lo más grande que uno tiene en su vida y que no de podía vivir en
aquel pueblo pendiente de un espía. Era como una amenaza bomba permanente...
Había que pensar algo, sin venganza ni agresividad, pero que sirviera para que
ella reflexionara que no debía meterse en ese juego.
Y así, aprovechando que ella
había invitado a unos cuantos a ir a unas cuadras del pueblo para ver los
devaneos de una comadre casada con un vecino del pueblo cercano, instruyeron a
sus hijos para que hicieran la foto que aparece como título del presente post.
Su enfado orquestado con gritos fue conocido en directo por todo el pueblo.
Al final se sacó como
conclusión la necesidad de vivir como buenos vecinos en el pueblo colaborando
unos con otros y no haciendo a los demás
lo que no quieres que te hagan a ti mismo.
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