Hemos pasado la vida
esperando un tren. No un tren cualquiera. Un tren en el que nuestros abuelos y
bastantes de nuestros padres participaron en sus hechuras. Cada mañana en
turnos de una veintena de personas íbamos a la estación con banderas y flores y
allí nos estábamos hasta que la noche cayera encima y no se pudiera circular. No
era un tren cualquiera. Lo distinguiríamos enseguida pues respiraba poesía y
olía a música.
Esperábamos un tren, nos
habían dicho nuestros padres aunque, algunos en la estación nos mirarán con
estupor y odio, como si ellos solos tuviesen el derecho no solo de elegir la
música, sino de imponerla a los demás. Aun así, cada día nos llegaban noticias
más frescas de su paso por ciudades y pueblos con enigmáticos nombres y problemáticas
históricas.
Nos fortalecía la esperanza
de que era el producto de la oposición de nuestros abuelos a la guerra civil
que consideraban cómo lucha entre hermanos y a su vez resultado del papel
activo que nuestros padres lucharon en el momento de la transición política.
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