Se acomodó en un banco de
espuma de goma que colocó en el balcón de su casa de campo. Al lado colocó una
pequeña silla y un libro con contenido de técnicas relajantes. No sabía de
dónde procedía aquella gastroenteritis que la llevaba encerrado en su casa
hacía ya cuatro días.
Los consejos y comentarios de
algunos amigos le hicieron tomar conciencia de la necesidad de estar relajado.
Las tensiones nerviosas facilitan
justamente lo contrario del objetivo que se pretende. Y eso es lo que
había hecho estos días.
Convencido de la existencia
de un bicho provocador de la dichosa gastroenteritis, iba a todos los lugares
de la casa provisto de una linterna tipo fluorescente, iluminando en su divagar
por casa hasta la más pequeña baldosa.
Sentado en el balcón de su
casa comenzó a ser consciente de su respiración. Y bien. Tomaba aire por la
boca y lo soltaba por la nariz. Sin prisas ni obsesión alguna. Lo que hacía
siempre, pero ahora tomando conciencia del hecho. Y al tiempo se centraba en el
paisaje que desde su balcón se contemplaba. Ningún libro podría explicar lo que
comenzó a vivir y sentir. Podría uno llevar un camino tortuoso, ventoso o de
cualquier otro peligro, pero al mismo tiempo, lo que contemplabas te transporta
a un panorama más espectacular. Ningún paisaje podrá ser idéntico ni cantado de
la misma forma por músicos, pintores o en poemas.
Concentrado en su espectáculo
sin quererlo, ya se había olvidado de su anomalía estomacal. Hasta que por fin
amaneció. Avanzó la aurora como una flor de fuego y retrocedió la oscuridad.
Las nubes se aclararon y un hermoso paisaje del que aún no había sido
consciente apareció ante sus ojos.
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