Recuerdo la ansiedad, casi diaria,
con la que aguardaba las noticias que llegaban del otro lado del mar, Cada
avance, cada toma de una guarnición, por pequeña que fuera, la toma de León y
finalmente la entrada en la capital, Managua. Recuerdo las esperanzas puestas,
la ilusión en una cambio necesario en una tierra condenada, una y otra vez, a
repetir su historia, como si de una novela de García Márquez se tratara. Recuerdo
también la rabia con cada incursión de una “Contra”, creada, financiada y
entrenada por la CIA, temerosa de encontrarse otra Cuba en las tripas de
Centroamérica.
Años después de que el
dictador saliera por pies y de que la dinastía de los Somoza pasara a ser un capítulo
más en los libros de Historia, se impuso la realidad. Las reformas se quedaron
a medias -como siempre se quedan-, pero al menos se conservaron las formas
democráticas. Después el silencio, interrumpido muy de tarde en tarde por las
noticias de alguna catástrofe -algún terremoto o los efectos de las lluvias
torrenciales, propias de la región-.
Y de pronto, casi por
sorpresa, los medios de comunicación -ahora las redes sociales, que por aquel
entonces no existían- vuelven a llenarse de noticias que nos retrotraen a ese
final de la década de los 70’s.
Y uno se queda literalmente
jodido al comprobar que algunos de los antiguos revolucionarios se han
convertido en caciques -caciques como los que ayudaron a derribar-, aferrados
al poder y cada vez más alejados de los principios que les animaron a
levantarse y tomar las armas contra una dinastía que saqueaba el país, como si el
poder divino les otorgara el derecho de propiedad.
Cambian los perros, cambian
incluso los collares, pero el ansia de poder permanece intacta.
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