Habitualmente cuando leemos
un poema y lo saboreamos hay algo que siempre,
implícita o explícitamente, nos cala más profundamente, cómo si de
alguna forma expresara algo de nuestro propio ser.
No importa la nacionalidad
del autor. Ya sea español o latinoamericano, ruso o japonés, ha sacado con su
poema una pequeña foto de una parte de nosotros mismos en la que nos vemos
reflejados.
Por ejemplo, aquél de Miguel
Hernández, “Hijo de la luz y de la sombra”, en el que expresa un amor
idealizado, truncado por las vicisitudes de la vida.
Unas veces te ves un nombre
que te avisa, como una sombra en de la medianoche. Otras nuestro corazón que
arde y que con su pisadas lleva fuego a todas partes. En más de una ocasión es
el escalofrío que como un sentimiento extraño parece incendiar nuestro interior
y sobrecoge nuestra ser.
Quiero recordar que fue el
famoso literato francés Charles Beaudelaire quién hablando de la poesía habla
también de la bebida, comentando que pocos placeres hay en el mundo son los tan
intensos ahí en el mundo cómo consumir lentamente un buen vaso de vino,
mientras escuchas una poesía y escribes unos versos en los que, entre otras
cosas, decía :
“Hay que estar ebrio siempre.
Todo reside en eso. Es la
única cuestión.
Pero de qué de vino, poesía o
virtud se trata. Como mejor les parezca pero embriáguense”.
Una forma más la de un poeta
de expresar la sintonía y simbiosis entre la poesía y la vida.
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