En un momento de la jornada
de trabajo pasaron a mi compañero a trabajar en otra sección. Como desconocía
las circunstancias del lugar me dijo a mí,
persona de su confianza, que cuidara hasta el mediodía su talega del PAN con la comida que llevaba para
el día . Dentro de la talega había una cajita que contenía el bocadillo para el
almuerzo. Llegó la hora del almuerzo y mi compañero Ernesto no apareció.
Me senté en un banco separado
del resto de los compañeros, los cuales me miraban con unos ojos que
parecían traducir que ya sabían lo que
yo iba a hacer y de lo que querían formar parte. Unos movimientos raros de diferentes
compañeros se fueron produciendo en un instante, en segundos. Uno que estaba en
la ventana ponía un parche en el hombro de otro. Otro que se acostaba en una
litera que no era la suya y en posición boca arriba tenía los ojos cerrados. En
la litera superior había otro que se hacía el dormido y envuelto en harapos. Yo
estaba cansado. Necesitaba dormir. Conté hasta mil y me levante. Quite el nudo
de la talega. Al abrir la caja me encontré con una tableta de pan, en invierno
y al aire libre. Me di cuenta que ni
siquiera olía a pan. Di vuelta a la caja y dejé caer unas migas que estaban
sueltas. Sujetas con mi mano dejé que mi lengua las lamiera un instante,
mientras, los otros tres compañeros no quitaban su vista de mi. Me levante con
las manos en la cintura para decirles tres cosas bien dichas, cuando en ese
momento apareció en la puerta del garaje donde estábamos mi amigo Ernesto.
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