Era de noche. El tráfico en
las calles había ya disminuido. Empezaba a estar inquieta por el retraso cuando
le escuché abrir las rejas de la casa. Era Crispín, mi nieto. Venía de su
primera manifestación. Llegaba exultante. Jamás le había visto más feliz, orgulloso
de sí mismo, sabiéndose parte de ese nuevo mundo que suspiraba construir.
- Abuela. Tú no te preocupes.
Estabas allí con nosotros.
Sonreí al escucharle decir
aquello con tanto convencimiento. Y me vino al pensamiento que yo comencé más
tarde que él. Hasta en eso se nota que el mundo está cambiando. Mi nieto,
vislumbrando en mi interior, añadió:
- Estamos en un momento transcendental
de la Historia. El mundo entero cabe en un poema; un poema en el que caben también
las hadas madrinas y hasta los banqueros, un bloguero o una funcionaria de
prisiones. Y eso es, en parte, debido a ti, abuela.
No sé como ni por qué me sentí
feliz. De alguna manera, presentí que mi nieto estaba orgulloso de mí -tanto
como yo de él-. Quizás porque yo le había enseñado a luchar…, quizás porque él
me estaba enseñando a mí a no rendirme.
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