Unos viejos amigos me
invitaron ayer a su casa. Habían preparado una merienda. Unos maceteros con
flores podridas adornaban las paredes del salón. Las camas estaban sin hacer y
aquellas sábanas, no sé de qué color, despedían
un olor a semen. Habían preparado unos sándwiches, creo que con mermelada pues
eso es lo que parecía. Estaba cansado, había llegado a las 4 y eran ya las 5:30.
Sabiendo de mi enfermedad notaron el cansancio en mi cara y, mostrándome su
cama, me invitaron a relajarme acostándome en ella.
No hay canción de cuna
en los cementerios, pensé sobre la marcha. Y aprovechando la situación salí
para mi casa. Levanté la mano y me despedí de ellos. Ni se las estreche. Y
tampoco les di un abrazo como cuando llegué.
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