"Si no has podido ver el
amanecer de hoy no importa, mañana te regalo otro. Firmado: Dios”. Es la frase
que figura colgada en la entrada de una iglesia en Malasia. Es una frase que
invita a muchos puntos de reflexión. Yo me he quedado con la capacidad personal
de asombro.
La filosofía nace del asombro
que lleva a hacernos preguntas. Preguntas que no pueden quedarse sin respuesta.
Solo con pasear la mirada por la naturaleza, contemplar un atardecer en el
verano o un amanecer en otoño, tenemos suficiente material interior para
abrirnos al asombro. Eso sí, no cabe duda que para sentir el asombro ante algo
que está fuera de nosotros hace falta humildad. Es nuestra mejor amiga para
asombrarnos también de las propias capacidades dormidas que uno puede tener: pintar,
cantar, bailar, escribir, escuchar, sonreír...
La vida nos ha traído con
ella innumerables regalos qué debemos reconocer, valorar y aprobar para
disfrutar con ellos. Aprovecharíamos mejor el tiempo, viviríamos más a gusto
sí, en lugar de vivir sentados, supiéramos valorar lo que cada uno tenemos. Las
mejores fiestas no son las que se organizan en nuestros barrios. Hay otras
muchas fiestas más importantes y qué pasan sin tener un hueco en nuestro
almanaque.
Hago fiesta por mi cuerpo. Es
el regalo más estimado para andar por este mundo que me ha dado la vida es mi
cuerpo. Con los pies camino junto con los demás seres humanos por este mundo
para hacerlo mejor.
Son las piernas las que me
sostienen y que nunca se cansan de mí. Las manos, útiles herramientas para
trabajar, servir y abrazar junto a los labios, boca dientes y lengua con qué
río, hablo y como gozosamente son realidades para vivir en fiesta permanente.
Los ojos con los que descubro
veo tanta gracia y hermosura a mi lado, al igual que mi sexo entrañable con el
que me siento y expreso, junto con los nervios rápidos y sensible conductores
de sensaciones y emociones y también de mis quereres. La fiesta es una alegría
permanente. Ya veremos también de mi cabeza, hermoso ingenio que piensa, maquina
y ordena.
Y, cómo no, por este
corazón que nunca descansa, que ama y se amar. Asombro, gratitud y fiesta: tres
verdades, siempre vivas y activas en mi ser y actuar.
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