Anoche llegó a casa desde el
Materno, con su niño en brazos y enseñándolo a los vecinos pero sin ella
soltarlo de sus manos. El niño no paraba de llorar. "Parece como si
estuviera diciendo ámame , ayúdame, protégeme", comento un vecino. Así
puede ser al principio, pero con el tiempo nos damos cuenta de que ellos no
solo vienen para recibir sino también para dar. Y poco a poco, si sabemos
escucharlos, podrán ser incluso nuestros maestros.
Sí estamos atentos a su
evolución nos daremos cuenta de que los niños comienzan a pedir honestidad y
sencillez. Es decir que lo que sus padres les digan con las palabras vean que
también lo hacen con sus hechos. Mientras son niños tienen un fuerte sentido de
la justicia y el juego limpio. No se les puede mentir, si lo hacemos les
creamos confusión.
Imaginemos que estas
cualidades las tengamos también los mayores sobre todo los políticos y quienes
nos gobiernan. Por eso, una sociedad que no le da la bienvenida a los niños
está condenada al fracaso.
Y todo está relacionado.
Mientras el abismo entre ricos y pobres se siga ensanchando las dificultades de
mucha familias para encontrar trabajo -y bien remunerado- irán aumentando y eso
hará que sus padres tengan que estar casi las venticuatro horas del día fuera
de su casa. Y plantearse la maternidad como un riesgo financiero puede tener
cargas psicológicas y emocionales .
Sí. El mundo necesita niños,
pero ellos también nos necesitan. Cada día nacen niños nuevos en el mundo y,
como dice Tagore, cada uno trae el mensaje de que Dios no ha perdido la fe en
la humanidad. Lo bueno sería que dejemos que los niños sean niños por el mayor
tiempo posible.
Froebel, reconocido educador
internacional, hablaba de la importancia del juego en la vida de los niños de
esta manera: “Un niño que juega meticulosamente y con perseverancia, hasta el
límite del cansancio físico, será un adulto con determinación, capaz de
autosacrificio por su propio bienestar y el de los demás”.
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