sábado, 6 de febrero de 2021

La plaza del barrio

Le vi por primera vez en el jardín de la pequeña plaza del barrio. A través del pequeño espacio entre las hojas de los árboles nuestros ojos se encontraron. Pero él, con cara de tímido, se fue corriendo. Y aquel “hola” que yo quería decirle se siguió moviendo de aquí para allá con las hojas de otoño. Al igual que la cinta de mi muñeca que se me enredó en las hojas de los árboles cuando intenté ir tras él. Voy con frecuencia al pequeño jardín –a la misma hora y al mismo sitio. Pero ni la puesta del sol le hacía aparecer.

Y así llegó la primavera con sus primeras flores que parecían cansadas de aquel pequeño esfuerzo por ver la luz del sol. Y mi corazón volvió a vestirse del verde de la esperanza, o más aún del verde de deseo. Y aún en primavera esperaba que aquellos ojos que yo vi volvieran a nacer.

La primavera se acababa, cada día iba despidiéndome de ella. Faltaban dos días para eso y la primera de esas dos noches me senté en la yerba. Así sentada, oigo una voz varonil que llegaba de mis espaldas que me dice: “Solo vi tus ojos una noche, y no se me han olvidado”. Volví la vista hacia atrás y, pasado el asombro contemplativo, corriendo hacia él, y sosteniéndonos con las palmas de nuestras manos, sentí cómo introducía en una de mis muñecas la cinta que aquella noche había perdido, y que él había guardado con la esperanza de verme. Y aquel hueco entre los árboles donde nuestros ojos se encontraron un día fue aquella noche la experiencia conjunta de una mezcla entre otoño y primavera.






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