“Entre tu pueblo hay un punto
y una raya.
La raya dice no hay paso, el
punto vía cerrada”.
…decía una canción, interpretada
por Rosa León (“Al Alba”, Ariola -1975-). Con el cadáver de Franco aun enfriándose
en su ataúd. España estaba aun fuera de todas las instituciones democráticas de
occidente, Mirándose el ombligo, a la búsqueda de un futuro incierto. Salir de
una dictadura nunca es fácil y a unos nos parecían insuficientes los pasos que
empezaban a darse; otros sufrían de vértigo ante los cambios que se avecinaban.
Han pasado más de 45
años y sigue habiendo puntos y rayas de todo tipo. Puntos y rayas que mantienen
fronteras geográficas, ideológicas y económicas. Diera la sensación que, en
algunos aspectos, esas barreras se vuelto más altas. Descorazona comprobar que,
medio siglo después, no hayamos dado un paso adelante hacia esa “aldea global”,
utópíca quizás, pero esperanza al fin y al cabo.
Muros físicos -como el que
pretendía Trump o el que separa ya a palestinos y israelitas- y alambradas lacerantes
han ido creciendo aquí o allá por toda Europa. Son solo un síntoma. Bien por
miedo, bien por avaricia, las reticencias a esa aldea global son hoy mayores -o
al menos más evidentes que hace cincuenta años-.
No es cuestión de ser
pesimistas, pero de nada sirve ignorar la evidencia. Hacerlo no ayuda a nada.
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