En un poblado Acoma (Nuevo Méjico), la hija del jefe, llamada
Co-Chin-Ne-Na-Co, se había casado recientemente con Shakok –el espíritu del
invierno. Desde que se fue a vivir con los Acoma las estaciones se tornaron
cada vez más frías. La nieve y el hielo permanecían más tiempo sobre los
campos. El maíz no maduraba como antaño y la gente pronto tuvo que recurrir a
comer raíces y plantas silvestres.
Un día salió del poblado a recoger hojas de cactus
y a quemar sus espinas para tener algo que llevar algo de comida a casa. Y en
eso estaba cuando vio a un hombre joven acercarse hacia ella. Llevaba una
camisa amarilla del mismísimo color del maíz, cinturón y un alto sombrero
puntiagudo, unas polainas verdes, hechas de musgo, como el que crece en las
veredas de los manantiales y en los estanques y unos mocasines, bellamente
bordados con flores y mariposas.
En la mano llevaba una espiga de maíz verde con la
que la saludó. Ella le devolvió el saludo con su hoja de cactus.
- ¿Qué estás haciendo? –preguntó el hombre-
- Recojo estas hojas porque nuestra gente se muere
de hambre. El maíz no crece y no nos queda más remedio que recurrir a cualquier
cosa, estas hojas de cactus.
- Toma, coge esta espiga y espérame aquí. Voy a por
una cesta y te acompañaré a tu casa.
El joven se alejó hacia el sur y pronto se perdió
de la vista de Co-Chin-Ne-Na-Co. Pero no tardó mucho en regresar. Y lo hizo con
una gran mazorcas maduras de maíz que puso a los pies de la joven.
- ¿Dónde has encontrado tanto maíz?
- Lo traje de mi casa, mucho más al sur.
–contestó-. Allí el maíz crece en abundancia y las flores crecen durante todo
el año.
El rostro de la joven se iluminó con una sonrisa
triste
- ¡Oh! Cómo me gustaría conocer tu hermosa tierra.
¿Podría conocer tu país?
- Pero tu esposo Shakok –el espíritu del invierno-
se enojará al saberte lejos.
- Pero yo no le amó –confesó-, él es frío conmigo.
Y desde que llegó el maís no crece, no crecen las flores. Y todos la gente nos
vemos obligados a subsistir con estas hojas –señalando las que tenía en la
mano.
- Bien. Toma esta banasta de mazorcas y llévatelas,
pero que nadie sepa que te las he entregado. Mañana volveré y te traeré más.
Nos encontraremos aquí. Se despidió y se volvió a su casa en el sur.
Co-Chin-Ne-Na-Co regresó a su casa con la banasta
de maíz y se encontró en su camino con sus hermanas que habían salido a
buscarla, estaban preocupadas por su ausencia. Se sorprendieron al ver la cesta
de espigas en lugar de las pobres hojas de cactus. La joven les contó su
encuentro con el hombre del sur y ellas le ayudaron a portar la gran cesta de
maíz hasta su hogar. Cuando llegaron, su padre y su madre se sorprendieron con
el regalo. Y de nuevo, la joven contó su relato con todo detalle, nsistiendo en
la procedencia del sur del hombre que acababa de conocer.
Les habló del compromiso de encontrarse con él la
próxima mañana. Y la promesa de acompañarle a su tierra.
- Es Miochin –dijo su padre y su madre lo confirmó
con un movimiento de cabeza. –Traelo a casa –le insistió su padre.
Al día siguiente Co-Chin-Ne-Na-Co fue a la cita,
donde ya le esperaba Miochin –el espíritu del verano-, que ya le esperaba,
rodeado de canastos rebosantes de maíz. Entre ambos trasportaron la preciada
carga hasta el poblado. Había más que suficiente para alimentar a todos durante
varias semanas, por lo que la gente le recibió con admiración y agradecimiento.
Pero por la noche, como era su costumbre, Shakok
–el espíritu del invierno- regresó del norte, que había estado todo el día
jugando con el viento frío, la nieve, la escarcha y el granizo. Al llegar al
poblado, enseguida comprendió lo que había ocurrido en su ausencia. Sabía que
Moichin aún estaba allí y le desafió.
- ¡Moichin, sal de donde te escondas. Voy a
destruirte!
- ¡Soy yo quien te destruiré a ti! –replico el
espíritu del verano, avanzando hacia él y derritiendo la nieve, convirtiendo en
lluvia fina el granizo y convirtiendo el viento gélido que acompañaba a Shakok
en una calidad brisa.
Y así, los presentes pudieron ver por primera vez
que la ropa del espíritu del invierno estaba hecha de juncos secos y
retorcidos. Sharok se plantó ante Miochin y le dijo:
- No voy a luchar contigo esta noche, pero nos
reuniremos aquí dentro de cuatro días en un combate decisivo. Y el que
gane se ganará a Co-Chin-Ne-Na-Co para siempre.
Shakok rugió con rabia y su voz se vio acompañada
por un viento helado que penetró en cada casa y que a punto estuvo de apagar
todas las fogatas del campamento. Solo la presencia de Miochin devolvió el
calor a los hogares. Al día siguiente se fue a su casa del sur para prepararse
para el reto que se avecinaba.
Y pidió ayuda a sus mejores amigos para que le
ayudaran contra Shakok. Al primero que llamó fue a Yat-Moot, el águila –que
vivía en el oeste- para que le protegiera con sus alas extendidas de la lluvia
y el granizo. Después hizo lo mismo con las aves y los insectos y con todos los
animales de los bosques y los campos en verano para que pisaran la tierra hasta
derretir la nieve. Y requirió que sus amigos los murciélagos fueran en
vanguardia para que su piel dura fuera el escudo contra el viento, el pedrusco
y el granizo que el sabía que el espíritu del invierno lanzaría contra él.
El
tercer día, Yat-Moot, el águila, encendió hogueras para calentar las piedras
planas de las montañas cercanas y un humo cálido y espeso, proveniente del sur,
ascendiera hasta el cielo y creará confusión para quienes acompañaran a Shakok.
Pero
Shakok hizo lo mismo. También reclamó la ayuda de los animales del invierno,
los que vivían en las tierras del norte. Y así, las urracas eran su escudo y su
vanguardia y los lobos apostados a sus costados amenazaban con despedazar
cualquier presa.
En el
amanecer del cuarto día, los enemigos rodeaban ya el poblado acoma. Y por el
norte se acercaban siniestro nubarrones negros, presagio de lluvias frías, de
vientos gélidos que convertirían en seguida esa lluvia en hielo, acabando con
la posibilidad de supervivencia de cualquier semilla que pudiera prosperar en
primavera.
Pero en el sur, las águilas que acompañaban a
Yat-Moot apilaron todavía más madera para que los fuegos provocaran más vapor
que formaba nubes calidad que aplacaran las traídas por Shakok. Al frente de
sus compañeros se acercaba desde el sur ya Miochin, tiznados de negro por el
humo, rodeado de los relámpagos y truenos, fruto de la lucha entablada entre
las nubes del norte y del sur.
Por fin, los principales contrincantes entraron,
casi al unísono, en el poblado acoma, cuyos hogares parecían blanco ante
la presencia del humo de unas y otras nubes y el reflejo de los rayos que caía
haciendo temblar la tierra. Todo se oscureció cuando Shakok desató una terrible
tormenta de viento y nieve como jamás se había visto hasta entonces. Pero
los fuegos de Yat-Moot llegaron para derretir la nieve haciendo retroceder al
frío. Unos y otros lanzaban sus ataques sin que ninguno de los dos bandos
consiguiera imponerse de manera definitiva.
A media tarde, antes de caer la noche Shakok pidió
hablar con Miochin para pedir una tregua. Ambos, viendo el equilibrio de sus
fuerzas y de la imposibilidad de una clara victoria firmaron una tregua y las
tormentas y los fuegos cesaron. Cesó la lluvia y se calmaron los vientos del
norte y del sur. Y Shakok dijo:
- Puesto que no he podido ganar, me doy por
derrotado. Co-chin-ne-na- ko es tuya para siempre, pero con una condición: que
cada uno reine en estas tierras la mitad del año.
Y su propuesta fue aceptada por todos, dando así
paso a la existencia de seis meses de invierno y seis meses de verano.
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