Había un joven albañil que cada día se llevaba un bocadillo para comer en el trabajo. Cuando llegaba la hora de desayunar, sacaba el bocadillo de su envoltorio y, día tras día, sus compañeros eran testigos de la misma desilusión. El muchacho, al ver que el bocadillo era de queso, empezaba a lanzar todo tipo de improperios: que si estaba aburrido de comer siempre lo mismo, que el queso le sentaba mal, que le daba alergia…
Un día, uno de sus compañeros, harto de escuchar siempre las mismas protestas, le dijo:
- Perdona que me meta en tu vida, chico, pero es que todos los días te quejas de lo mismo y y a estamos un poco cansados. ¿Por qué no le diez a tu madre o a quién sea que te prepare el bocadillo con otro relleno que no sea queso? Si quieres, los compañeros podemos darte un par de ideas…
El muchacho, avergonzado, respondió:
- Es que yo no vivo con mi madre. El bocadillo me lo preparo yo solito.
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