Me quedo un rato largo, embobado, como si estuviera contemplando una película de ciencia ficción. En la cera de enfrente una madre con mascarilla vigila a sus dos hijas, unas mocosas que no levantan dos palmos del suelo, mientras las peques disfrutan de su patinete y su triciclo, rampa arriba, rampa abajo.
Son los primeros niños que veo por la calle en más de un mes. Parecen disfrutar con esa pequeña libertad que reestrenan ahora. Pero yo más, viéndolas reír, mientras su madre no para de mirar que nadie enturbie ese momento, a su modo, irrepetible.
Siguen cerrados los comercios, los bares, la tienda de los chinos que tanto frecuentaba. Pero ver a esas niña jugando me ha alegrado la mañana.
Cierto que ya nada volverá a ser igual; que habrá un antes y un después de que el coronavirus irrumpiera en nuestras vidas, pero de momento a mí me han alegrado la mañana esas dos niñas.
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