La actual cumbre del clima, la que se está celebrando en la ciudad de Glasgow entre los días 31 de octubre al 12 de diciembre, promete ser tan decepcionante en sus acuerdos como las otras 25 precedentes. Acabará siendo otra oportunidad perdida. Ni siquiera los más optimistas de entre los optimistas esperan más que las buenas palabras habituales. Las conclusiones finales camuflarán con palabras el hecho de que los pocos acuerdos a los que se lleguen serán, desde su puesta sobre el papel, agua de borrajas.
Las economías en vías de desarrollo no están dispuestas a acceder a las pretensiones de las más desarrolladas y renunciar un ritmo de crecimiento que mejoren las condiciones de vida de sus pueblos. ¿Por qué tienen que renunciar a crecer, simplemente por el hecho de llegar con retraso al tren del desarrollo? No suena justo -y no lo es- “pagar el pato” doblemente. Primero, cuando sufrieron, en tiempos del capitalismo extractivo, la explotación de sus riquezas naturales como motor del desarrollo de los imperios coloniales; y ahora negándoseles la posibilidad de acceder a esos consumos de energía y materias imprescindibles para despegar definitivamente. ¿Es justo?
La ecuación no tiene, de momento, una solución. Al menos, no de modo inmediato. No mientras la ley que mueve este, cada vez más deteriorado mundo, sea la de “Todo el mundo va a lo suyo, menos yo, que voy a lo mío”.
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