—Rápido —cuchicheó la mujer de Nasrudín una noche— Hay ladrones en casa. Veo los bultos que han dejado en el jardín.
Nasrudín echó a un lado la ropa de la cama y empezó a salir por la ventana.
—¿Qué haces? —le preguntó su esposa.
—Mientras registran nuestras miserables posesiones, voy a robarles sus bultos.
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