Empiezo a estar cansado
de la ley del desánimo,
de la queja obligatoria.
Así que me pongo en pie,
tomo prestada la voz
del viejo Whitman
y proclamo
que me siento orgulloso de vosotros,
mis amigos,
de cada uno de vosotros.
Proclamo que nunca me habéis fallado.
Me siento orgulloso
del río de caras soñolientas
que llena las aceras a las seis de la mañana,
camino del taller o la oficina;
de ellos, y de los adolescentes que se besan,
de las mujeres embarazadas,
de los viejos que juegan a la petanca
o se agrupan de a tres
en las entradas de los pueblos.
Proclamo que admiro a los que no os rendís,
proclamo que sois muchos los que no os rendís,
proclamo que me asomo a la ventana
y me gusta lo que veo.
Tengo mucho que celebrar: por ejemplo
celebraros a vosotros,
celebrar que estamos aquí,
que vamos a quedarnos,
y que nunca me habéis fallado.
Puesto en pie, con la voz del viejo Whitman,
os digo:
me hacéis invencible
porque vosotros sois invencibles,
y no hay noticia ni debate
que pueda haceros creer lo contrario.
Antonio J. Sán
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