Ya quedó en evidencia, cuando hace unas semanas, en Nueva York se daban las peores cifras en el mundo de afectados y fallecidos por causa del coronavirus. El porcentaje de ciudadanos de color era mayor que el de cualquier otro grupo étnico. ¿Era cuestión de razas? ¿El virus se cebaba más en una que en otras? Evidentemente no. No era cuestión de piel, era cuestión de estatus social. Ese grupo de población estaba por debajo de los ingresos medios de un neoyorkino.
Se cumplía una vez más aquello de que “las enfermedades son cosa de pobres”. Las condiciones de vida -vivienda, ingresos, educación…- condicionan decisivamente las posibilidades de sobrevivir. Históricamente siempre ha sido así y la norma no se ha roto en la actualidad. Un ejemplo claro lo tenemos cuando, con ocasión de los rebrotes -los de Madrid ahora o los recientes en Cataluña, por citar algunos-, los barrios que vuelven a ver restringidos el movimiento son los que albergan a los más desfavorecidos socialmente.
Seguiremos buscando remedios y vacunas, pero no nos olvidemos que la mejor medicina es la erradicación de la miseria. Creo que fue Jesucristo quien dijo que siempre habría pobres -y seguramente sea cierto-, pero merece la pena el esfuerzo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario