jueves, 17 de septiembre de 2020

Melancolía

 Dicen los que saben de esto que la melancolía puede ser un mal mortal. También dicen que la melancolía es hija de la frustración, y que la frustración lo es del fracaso -fracaso sentimental, económico, reconocimiento social o de proyecto de vida, da igual-. Ese fracaso, esa frustración llega, en muchas ocasiones cuando los objetivos que nos proponemos exceden nuestras posibilidades de alcanzarlos. ¿Somos razonablemente equilibrados, entre lo que queremos y podemos, cuando nos fijamos unas metas concretas?


La ambición no es ni buena ni mala en sí misma. Lo es cuando se torna descontrolada y se impone por encima de cualquier otro criterio. Entonces es cuando comienzan las tensiones, cuando aparecen las contradicciones internas primero y luego externas. Tendemos a echar la culpa a nuestro entorno, caemos en la tentación de pensar que las culpas son siempre ajenas, sin darnos cuenta en la causa real del desasosiego. Es la solución más fácil, pero nos engañamos a nosotros mismos.


Pero la solución para esa frustración, a punto de convertirse en melancolía, no vendrá si no nos paramos a reflexionar, por duro que sea, que somos los culpables de nuestra congoja. Pero también somos los únicos que podemos ponerle coto. Somos nosotros los únicos que podemos convertirnos en sanadores de nuestros males.







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