Coincidiendo con el 70 aniversario del establecimiento del estado de Israel, hace dos años, la editorial Turner publicaba un libro: Historia mínima de Israel, donde el profesor y ensayista de la Universidad hebrea de Jerusalén Mario Sznajder ofrece un apasionante resumen histórico centrándose en los hechos fundamentales. Historia de Israel que es también, desafortunadamente, la historia de un conflicto.
Los editores quieren responder a preguntas generales: “¿Qué diferencia hay entre judío, israelita e israelí? ¿Qué supuso que los judíos aceptaran el Antiguo Testamento como texto canónico? ¿Qué relación hay entre el caso Dreyfus y la aparición del sionismo político?” Entre otras se señalan en la contraportada estas preguntas. En realidad, al ser un libro breve es el propio lector quien deberá profundizar y buscar las respuestas. Aunque el libro permite esquemáticamente aproximarse a los hechos fundamentales.
Israel y el conflicto que supuso su formación no dejan indiferentes. Es de los pocos acontecimientos que la mayoría de la población tiene formada una opinión y en muchos casos basada en paquetes ideológicos, es decir en posicionamientos basados en los grupos de referencia más que en opiniones fundamentadas. Por eso es importante la lectura de un libro como este que quiere -desde cierta distancia – aproximarse a la historia. Confieso que me ha permitido romper algunos estereotipos y comprender mejor ciertos posicionamientos. Pertenezco a una generación peculiar. Nacimos sabiendo que existía un estado judío, que Israel era y es un lugar donde hemos dirigido la mirada durante siglos. Pero también nacimos escuchando a nuestros padres explicando la tragedia de ser judío en Europa o en países árabes donde nunca el judío se integró del todo. Permítanme el recuerdo de lo que me contaba mi madre, en Tetuán chicas del colegio se colgaban de sus trenzas al grito de: judía sin patria. Por lo tanto, hijos de la ambigüedad, de la memoria, del cambio, somos los primeros en mirar al oriente y saber que allí nos espera, en verano o para siempre, un estado judío. Pero también somos quienes hemos visto las dificultades intrínsecas de su formación, de las elecciones y sus consecuencias.
Pasados 70 años de la creación del estado de Israel, a pesar de la dificultad, de la violencia, a pesar de la necesidad de la paz, de conseguir formar un estado palestino, un destino finalmente común, la historia nos ha unido, era necesario y merece la pena. Al leer aquel libro uno se encuentra juntos a los políticos y grandes hombres que lo hicieron posible, pero también a las numerosas víctimas. Por ellos merece la pena seguir intentándolo. Como señala el autor, para llegar a acuerdos, mientras que Israel tiene resuelto su liderazgo, es un país constituido y democrático, no sucede lo mismo con la parte palestina. Allí radica su problema: “¿Si se logra un acuerdo para quién va a ser válido?” pregunta el autor. Europa involucrada en la historia de Israel debe ser quien más se esfuerce en ser justa con ambos lados, comprender políticamente la situación y buscar todas las vías de una paz sostenible.
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