A nadie le puedes obligar que esté alegre ni darle la orden de que sonría todos los días a las cinco de la tarde. El novelista alemán Hermann Hesse dice que los rostros atormentados, nerviosos y tristes de tantos hombres y mujeres se deben a que “la felicidad solo puede sentirla el alma, no la razón, ni el vientre, ni la cabeza, ni la bolsa”.
Yo me apuntaría -comentó un amigo- a un cursillo de carcajadas. Igual hay quien pueda darlo, no lo sé, aunque no será fácil dar con él. No confundir con carcajada vacía, euforia pasajera, o esa alegría que se queda fuera del fuera, a la puerta de nuestro corazón y que nunca llegará a apoderarse del mismo.
La alegría tiene mucho que ver con la felicidad de cada uno. Y no hay, como dice el refrán -y los que hemos vivido- felicidad que cien años dure. No hace falta. No sabríamos distinguir la felicidad real de la sobrevenida.
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