sábado, 29 de febrero de 2020

No dejemos de leer... papel


Añoro cuando me leía un libro por semana. Ahora tardo mucho más. No he dejado de leer, pero utilizo mucho el medio digital. El libro de papel me dura las dos y tres semanas y el mes. Y no me gusta mucho la idea. Me gusta saber quitarle una hora al día y ponerme tranquilo en el sofá de casa leyendo una novela, sobre todo una novela, algo que cuele en la literatura, que pueda volver la página con mis manos, que tenga mis huellas, que no tenga que teclear, y estar sentado derecho en una silla ante una pantalla. Pero las ideas van por un camino y la práctica por otra.

Parece que hoy se lee menos, de los libros de siempre. Y despacio, porque en el medio digital siempre se lee más deprisa, y con frecuencia nos quedamos en los titulares, y en artículos, y en noticias de prensa. Pero por mucho libros digitales que haya son pocos los que los leen en el ordenador. Los más, los imprimen. Y luego se nos cae de las manos esos volúmenes inmensos de folios que muchas veces no sabemos ni como grapar… y en estos últimos tiempos ha aparecido la tablet que ha venido a solucionar lo dicho anteriormente. Con ella puedes leer o escribir en la guagua.

Se ha estado advirtiendo de que la lectura podía desaparecer. Se decía que por no tener paciencia. No, yo creo que por vivir deprisa. Que no es lo mismo. Y leer un libro, sentarnos a ello, nos pone en la tesitura de tomarnos la vida con más calma.

Las nuevas tecnologías hacen que veamos y nos enteremos de las cosas más deprisa, pero también más deprisa las olvidamos. Somos esclavos de lo visual, de la prisa, del movimiento. Y leer un libro requiere lo contrario, por eso también seríamos más libres cuanto más leamos. Además un trozo literario, disfrutado, leído con calma, nos enseña a comprender mejor el mundo, la realidad, la historia, los sentimientos, a nosotros mismos pues en algún personaje casi siempre vemos algún parecido. Tenemos días libres en semana santa, en verano, en navidades Que no sean solo para comprar, que también podamos invertirlos en leer. Porque entre otras cosas los libros nos ayudan a pensar. Por cierto, admiro a los que veo en el metro o en el autobús, aunque sea de pie, leyendo un libro. No soy capaz de concentrarme en esos sitios. Me gusta más ir mirando el ambiente, o algo distendido contemplando las calles. Y para leer un libro hay que saber leer. En algunos pueblos todavía hay analfabetos, y en los colegios de hoy no sé si se estará motivando, con ejercicios prácticos, la lectura de uno y más libros, y su puesta en común. A mí esa práctica me vino guay, muy guay.



viernes, 28 de febrero de 2020

No es no, otra vez el fin del mundo

Proliferan estos días las imágenes apocalípticas a propósito del coronavirus, pero impresiona en particular la fotografía de un militar italiano que patrulla en el perímetro de la catedral de Milán provisto de mascarilla y de una ametralladora. Han desaparecido los turistas y los transeúntes en la zona del Duomo. Y se ha derrumbado el Ibex con todos los síntomas del efecto mariposa.


El virus no es ya un exotismo asiático, una fiebre amarilla, sino un problema occidental. Tan occidental y tan cercano como las góndolas vacías —parecen féretros navegando en la laguna Estigia— y como los partidos de fútbol que se van a suspender, bien sea para prevenir la pandemia real o bien sea para neutralizar la enfermedad imaginaria: una especie de hipocondría planetaria que expone el poder de la superstición en las supuestamente sociedades informadas e instruidas. La aldea global es antes una aldea que un fenómeno global, de tal manera que el sensacionalismo de las televisiones y la sugestión de una plaga bíblica predisponen el diagnóstico de una comunidad vulnerable y expuesta, otra vez, a la psicosis del fin del mundo.

La propia Organización Mundial de la Salud alerta “urbi et orbi” del advenimiento de la gran pandemia, pero no está claro en qué consiste defenderse de ella, más allá de comprarse una mascarilla y de llevar un crucifijo o una bala de plata en el bolsillo. Se diría que la verdadera enfermedad es la histeria. No como mera abstracción, sino como demostración de una susceptibilidad que precipita las situaciones incontroladas de estrés, recelo del extranjero, angustia social y reacciones instintivas. Compramos en los chinos menos que antes. Y es probable que represaliemos ahora las pizzerías, más todavía cuando los programas de mayor audiencia promueven y vampirizan el gran espectáculo del planeta contaminado. Y no porque no haya razones para preocuparse ni para tomar medidas, sino porque el miedo a un agente exterior que se contagia fácilmente y que adquiere propiedades letales sobreestimula la credulidad de los espectadores.

Le sucedía al protagonista de Molière en 'El enfermo imaginario'. Poco importa que la enfermedad sea ficticia si provoca los efectos psicosomáticos de una afección 'verdadera'. El propio Molière fallecería al poco de estrenar la premonitoria pieza teatral, originando la leyenda negra de la indumentaria amarilla. Se supone que la llevaba puesta en las funciones. Y que le trajo mala suerte ponérsela, de tal manera que se ha generalizado la maldición del amarillo en los ambientes teatrales y hasta en los taurinos.

Tiene sentido la anécdota en el contexto del carnaval en que sarcásticamente ahora nos encontramos. El travestismo de los disfraces predispone la generalización de una indumentaria aséptica y purísimamente blanca que describe un estado de sugestión enfermizo. El desinfectante se vende a precio de oro en Italia. Costaba tres euros hace unos días y ahora se eleva a 23, de tal forma que la histeria se traslada a los problemas de abastecimiento y provoca una epidemia social a expensas de la serenidad y de la convivencia. Sucederá lo mismo en España en cuanto aparezcan los primeros casos. Los ancianos se mueren por centenares a cuenta de la gripe, pero el coronavirus excita la imaginación de una pandemia crepuscular, más o menos como si la peste bubónica nos estuviera acechando.

La gravedad inequívoca del coronavirus arriesga a ser menos relevante que la convulsión de la sociedad derivada del tremendismo y de las enfermedades imaginarias. Tanto valen estas últimas como las reales si terminan provocando un caos social, económico y hasta geopolítico, entre otras razones porque los remedios al brote apocalíptico engendran la sobreactuación y describen otros muchos intereses derivados. Empezando por la guerra comercial a China. Y por todas las dudas que ha planteado el régimen asiático en términos de transparencia y de rigor.

Es la razón por la que los medios informativos deberían responsabilizarse de la cautela y del rigor, pero la tentación de proyectar una película apocalíptica sobrepasa cualquier escrúpulo deontológico. Paradójicamente, la era del conocimiento procura todos los medios para propagar la superstición y los miedos atávicos. Sucedió con el ébola. Y volverá a ocurrir cada vez que se relacione al extranjero con el enfermo y al enfermo con el extranjero, más todavía en estos tiempos de populismo xenófobo y de prevención al contagio no ya de un virus sino de las ideas y de las reflexiones que puedan contaminar el hábitat de nuestra caverna.

Rubén Amón
(en elconfidencial.com; 25 de febrero de 2020)

jueves, 27 de febrero de 2020

Bulos sobre el coronavirus

La Organización Mundial de la Salud ha tenido que salir al paso de algunos rumores que se estaban extendiendo por todo el mundo
Los secadores de mano no matan el coronavirus, consumir cocaína tampoco protege frente a este patógeno y los mosquitos no pueden trasmitir el COVID-19. La Organización Mundial de la Salud (OMS) responde a algunos de los rumores que más se están extendiendo:

Los mosquitos
No hay pruebas que indiquen que el nuevo coronavirus puede transmitirse a través de las picaduras de este insecto. De hecho, se trata de un virus respiratorio y, por tanto, se propaga principalmente por el contacto con las pequeñas gotas respiratorias que una persona infectada genera cuando tose o estornuda, o a con su saliva y secreciones nasales.

Las monedas
El riesgo de infectase por el contacto con objetos, incluso cuando pasan por tantas manos como las monedas y billetes o tarjetas de crédito, es muy bajo.

El coronavirus viaja
No, estos virus no se propagan a grandes distancias a través del aire. El coronavirus se expande principalmente a través de las pequeñas gotas de saliva que se expulsan al toser o estornudar, y estas gotículas son demasiado pesadas para propagarse a grandes distancias. Los coronavirus tampoco pueden llegar hasta 8 metros de distancia de una persona que tose o estornuda, como indica otro rumor. Las gotículas respiratorias alcanzan hasta 1 metro de distancia de la persona infectada.

Perros y gatos
Por el momento, no hay ninguna prueba de que el nuevo coronavirus infecte a animales de compañía como los perros y los gatos. No obstante, las mascotas son portadoras de bacterias habituales que pueden transmitir al ser humano, como la E. Coli y la salmonela.

El secador de manos
No. Los secadores de manos que habitualmente se encuentran en los baños públicos no matan el COVID-19, aunque se usen durante 30 segundos. El contagio solo se evita empleando un gel desinfectante o agua y jabón.

La orina
Es falso: La orina no mata los virus ni las bacterias, más bien al contrario, ya que puede contener pequeñas cantidades de material vírico o bacteriano. Por ello, lavarse las manos o limpiar determinadas superficies con orina infantil no protege frente al COVID-19. Mejor usar un desinfectante a base de alcohol o con agua y jabón.

El frío y la nieve
Los virus, también el COVID-19, viven en el cuerpo humano, cuya temperatura se mantiene en torno a los 36,5 y 37 grados centígrados, con independencia de las condiciones meteorológicas, así que no se puede afirmar que el frío o la nieve eliminen este patógeno.

La cocaína
No hay pruebas que respalden esta afirmación. La cocaína es simplemente una droga estimulante y adictiva, cuyo consumo provoca graves efectos secundarios y es perjudicial para la salud de las personas.

Alcohol y cloro
Esto no sirve para matar los virus que ya han entrado en el organismo. De hecho, pulverizar estas sustancias puede dañar la ropa y las mucosas.

Vacunas contra la neumonía
No. Las vacunas contra la neumonía, como la neumocócica y la vacuna contra la Haemophilus influenzae de tipo B (Hib), no protegen contra el nuevo coronavirus. El COVID-19 es tan nuevo y diferente que es necesario desarrollar una vacuna específica, en la que ya se está trabajando con el apoyo de la OMS.

Antibióticos
Estos medicamentos no evitarán el contagio del coronavirus ni curarán al enfermo que lo haya contraído. Los antibióticos son eficaces contra las bacterias, pero no contra los virus como el COVID-19. En caso de hospitalización, sí puede resultar útil administrar antibióticos para que el paciente no contraiga infecciones bacterianas.

Enjuagarse la nariz
No hay pruebas que indiquen que esta práctica protege de la infección por el nuevo coronavirus. Aunque enjuagarse la nariz regularmente con solución salina puede acelerar la recuperación tras un resfriado común, no se ha demostrado que prevenga las infecciones respiratorias.

Comer ajo
El ajo es un alimento saludable que puede tener algunas propiedades antimicrobianas, pero no se ha demostrado que comerlo proteja contra el virus que causa el brote actual.

El aceite de sésamo
No. El aceite de sésamo no mata al nuevo coronavirus. Hay desinfectantes químicos que, aplicados sobre las superficies, pueden matarlo, como la lejía, el cloro, algunos disolventes, el etanol al 75%, el ácido peracético y el cloroformo. Sin embargo, estos productos tienen una eficacia escasa o nula contra este nuevo patógeno si se aplican en la piel o bajo la nariz y, además, pueden dañar la piel.

(Republica.com -26/02/2020-)