A sus ochenta y siete años se
decidió recoger en un libro sus recuerdos de niño y adolescente, en unos tiempos difíciles para la comunicación con
otros pueblos y la capital. Vivían en un pueblo perdido en las cumbres de Gran
Canaria.
Tiempos aquellos en los que
prácticamente se sobrevivía y punto. Un carpe diem cotidiano. Difícil explicar,
con los criterios de hoy, si eran felices o no. Estábamos entrando en el ahora,
al amparo del cuidado de la casa haciendo los deberes y todo lo que se le
mandara y el tiempo que nos dejaban libre nos íbamos vamos a jugar. Los juegos
de hoy son mucho más sofisticado frente a las pelotas de trapo que hacíamos con
medias y calcetines.
¿A qué jugábamos ? Los juegos
de entonces eran más urgentes y sencillos. Había poco tiempo, pero tampoco eran
muchos los juego que aprender ni los sitios donde jugar. el mundo del juego
casi no existía para los niños. La mayor parte del tiempo estaba dedicada a
traer agua de la fuente, tener agua fresca en casa, ir a buscar la leña, etc.
Una de nuestras pocas fiestas
importantes y cuando más nos divertíamos era la de la matanza del cochino. Pero
en todo momento era necesario agudizar el ingenio.
Recuerdo la respuesta que me
dio cuando le pregunté por sus recuerdos. Aun tenía en su memoria unas frases,
grabadas en su memoria de tanto escucharlas: “¿qué haces ahí como una gandula?
Anda coge la escoba y ponte a barrer”.
También tocaba a menudo
cuidar las cabras o ayudábamos a plantar papas… Pero aparte de todo ello,
aunque las tareas de la casa nos obligaban muchas veces a faltar a la escuela,
tanto que casi me atrevo a decir que la inmensa mayoría de la población
infantil era analfabeta. Y así surgieron las escuelas nocturnas, dónde algunas
personas con un mínimo de conocimiento impartían las enseñanzas básicas a los
niños que no podían asistir por la mañana.
La cuestión es que tampoco la
escuela local las condiciones básicas y necesarias para poder funcionar. Los
niños estábamos sentados en bancos de dura madera, con las niñas de todas las
edades colocadas en las primeras filas. Pese a todo, una extraña solidaridad
hacia que los niños nos llevábamos bien entre nosotros, a veces, como si fuéramos
un equipo.
Con términos similares se
expresa Serafín Quintana en su recién editado libro.
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