La vida es una sucesión de problemas, me contaba un amigo el otro día. Cuando solucionas uno, no tienes tiempo de disfrutar el placer de haberlo resuelto, sino que sobre la marcha te aparece otro.
Y no deja detener razón. La historia de cada persona -la mía también, lógicamente- pasa por muchas experiencias, que aunque siendo diferentes los episodios, su significado es igual. Hemos vivido experiencias bonitas y feas, emocionantes y desgarradoras, llenas de éxito y con muchos fracasos, muchas alegres y no menos tristes. De todo, ha habido en nuestras vidas. Pero es nuestra vida. Y es lo que hemos vivido. Las buenas, las experiencias buenas, nos alegran la vida al recordarlas, y de las malas aprendemos para no repetirlas. ¿Ustedes creen que aprendemos? A veces volvemos a repetirlas, unas porque tropezamos de nuevo en la misma piedra, otras porque nuestra buena intención nos lleva a ello. Sé de más de un amigo que por ser buena persona y echar un cable a otros se ha encontrado con más de un disgusto, y no aprende el tío a ser un poco más desconfiado o a tener algo más de mala idea o a pensar más en sí mismo.
Dicen también que, sea cual fuere nuestra experiencia o experiencias, cada día tenemos la posibilidad de elegir nuestra vida y nuestra felicidad, que eso de ser feliz depende de nosotros. Yo también lo creo, pero la verdad es algo difícil, no siempre resulta tan sencillo. Al menos, me gusta no pasar página sobre las experiencias vividas, sobre todo de las buenas. Ellas están ahí y me certifican y testimonian que lo vivido merece la pena haber sido vivido, y lo que está por delante también, pues seguro que, a pesar de algún que otro infortunio, tendremos también cosas alegres y gente que siga confiando en nosotros.
Casi me ha salido un sermón. Lo siento. Pero es lo que me ha venido a la mente recordando la conversación con un buen amigo hace pocos días.
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