Han existido siempre. No es un invento reciente ni se estrenó para celebrar el descubrimiento de América. Seamos claros: nacieron con la manzanas de Adan y Eva. Y se encargarían de ir por todos los lugares del mundo recordando con su presencia que siguen existiendo, que no han muerto.
Y así se repartieron el trabajo. En sus canciones, en sus poemas, en sus escritos, en sus juegos, en sus lecciones. Todos ellos, convencidos, salieron a decirlo y repetirlo. Despacio, con ilusión. Maestros y educadores, músicos, literatos y cantantes. En todos los idiomas, a todas las nacionalidades.
Que que hay que rehacer sus vidas, que el sentido común aun existe, que la buena voluntad ni se puede olvidar ni se debe matar, pues sigue siendo el arma más poderosa de la humanidad.
Que el amor a la verdad es algo esencial para que funcione una sociedad justa, inclusiva y progresista.
Que el sentido de la justicia y el reconocimiento de los derechos y necesidades de todos, va parejo con el sentido de la responsabilidad personal y siempre con una meta a conquistar: que gane el bien común.
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