Tienen razón los que dicen que ha cambiado, nadie que lo conozca de hace tiempo dirá lo contrario. Cuando hablas con él es como si se sintiera insultado. Y él, que respondía inmediatamente a un mensaje recibido, ha pasado a ser alguien despreocupado en estar en sintonía con los demás.
He tenido la oportunidad de pasarme tres días en su ciudad. Todo sigue igual: las mismas costumbres, las mismas fiestas, los mismos sitios donde ir. En ese contexto, darme cuenta de que mi amigo había cambiado en muchas cosas fundamentales no me fue difícil. La cuestión es por qué ese cambio. O se ha puesto un traje sobre otro o ha hecho una mudanza radical de ropero. La verdad es que no parecía aburrido.
Con todo ello en mi bagaje y mi preocupación por un buen amigo, el último día de mi estancia para mí fue un regalo extraordinario. El almuerzo se prolongó hasta las 7 de la tarde en que salía su autobús.
Y sí había cambiado. Varias cosas me sorprendieron.
“He aprendido a estar solo. Me he dado cuenta de cuáles eran mis miedos y he comprendido que he de tomar decisiones como reflejo de mi esperanza y no de mis miedos. Es verdad he cambiado el ropero, no una vez sino varias, porque tropezones no me faltaron, pero no hay mal que por bien no venga y aquí me tienes, con ganas de ser feliz pero no imponiendo a nadie un punto de vista o manera de ser”.
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