Cuentan los que tienen
memoria que, allá por la década de los cincuenta del siglo pasado, que durante
un importante temporal en el canal de La Mancha, se interrumpieron las
comunicaciones entre las Islas Británicas y el continente. La prensa del Reino
Unido se descolgó pomposamente con titulares, a cinco columna, como el de “EUROPA
AISLADA”… Tal es la visión que tienen gran parte de sus gentes de ser el
ombligo del mundo. Y quien sabe si esa imagen sigue presente en la mentalidad
generalizada.
Pareciera que nunca iba a
llegar, que entre todos se instrumentarían soluciones que diluyeran el riesgo
de este “brexit” del que ya no hay vuelta a atrás. Lo cierto también es que la
pertenencia del Reino Unido a la Unión Europea no nunca fue fácil. No lo fue
desde el principio. Algo debió intuir Charles De Gaulle, desde la presidencia francesa,
cuanto demostró sus reticencias, una y otra vez, a la incorporación de los británicos.
Hasta el tercer intento no se superaron aquellos escollos.
Y luego, ya dentro, se les permitió
un estatus especial para que mantuvieran su moneda -mientras los demás
aceptamos sin rechistar el euro- o las condiciones de residencia en su territorio,
o privilegios financieros para “la city” de Londres, por poner alguno de los
mucho ejemplos que podrían aducirse. Nunca fueron proclives a ceder soberanía
-ni siquiera a compartirla- en pos de una Europa más igualitaria, más homogénea
y más unida.
La Historia tiempo juzgará a
los políticos que nos han traído hasta aquí. El futuro es una incógnita, aunque
de entrada, queda claro que todo el mundo sale perdiendo, pese a que algunos
creen que no; piensan que mejor solos que mal acompañados -las malas compañías
somos el resto de nosotros, no se nos olvide-.
Se me ocurren varios refranes
y frases hecha:
- En su pecado llevarán su
penitencia.
- Con su pan se lo coman.
– No la hagas y no la temas.
- Bon vent i barca nova.
- Arrieros somos…
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