Llevo unos días -¿por qué será?- acordándome de la vieja película de “La Guerra de los Mundos”, de la que hicieron no hace mucho un remake. Si os acordáis, el argumento contaba la historia de una invasión extraterrestre que apunto estaba de acabar con la especie humana. De nada servían contra sus máquinas lanzadoras de rayos cósmicos ni los tanques, ni los aviones con que contaban los ejércitos de las naciones terrícolas que se enfrentaban a ellos.
Todo parece perdido cuando, de repente y misteriosamente, las maquinas de los invasores comenzan a paralizarse primero y a derrumbarse después. Sus viscosos ocupantes agonizan y se vuelven vulnerables, para acabar agonizando hasta morir.
De nada habían servido cualquiera de las estrategias propuestas por las mejores de nuestras mentes militares o políticas. No fueron ellas quienes, en definitiva, habían conseguido acabar con aquellos horripilantes seres llegados del planeta Marte, según contaba el programa de radio dirigido por Orson Wells en el que se basaba. Habían sido los virus presentes en los organismos vivos en el planeta tierra los que acabaron con ellos. Algo no previsto por aquellos seres venidos del espacio. Un enemigo que no se ve, minúsculo, microscópico, pero presente en todas partes y que actua por su cuenta.
El pecado de orgullo conllevó al fracaso a aquellos seres depredadores. Pensaron que su superioridad técnica era bastante para asegurarse la victoria total sobre la pobre especie humana. Quizás ese sea el mismo pecado de soberbia que hemos cometido nosotros mismos sobre este planeta, creyéndonos invulnerables, dueños y señores de todo y comprobando ahora incrédulos que no teníamos rival ante nosotros. De tarde en tarde surgen factores que nos colocan en nuestro sitio. De tarde en tarde vuelven a ser los valores eternos los únicos que pueden contener la debacle: la solidaridad, la lucha en equipo, la generosidad de un sinfín de seres anónimos. El factor humano, para resumirlo en tres palabras.
Pd/ Pero -¡sorpresa!- este virus que ahora nos tiene en un vilo no ha llegado hasta nosotros en patera, ha venido en avión. Pero de eso, si se tercia, hablaremos otro día…
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