Ayer amaneció nevando en Gran Canaria. Decir que hay nieve en la isla es como anunciar que ha caído el maná en el desierto. Esta en la montaña. Hay que madrugar para poder verla. Nos enfundamos abrigo sobre abrigo, más el otro que solo nos ponemos una vez cada tres años. Y derechitos a la cumbre. Queríamos ser de los primeros, pero una centena de coches se nos adelantó. Desde la ventana del nuestro vehículo veíamos ya hechos muchos muñecos de nieve y los disparos con bolas entre ellos la gente. Sin la esperanza perdida, bajamos del coche y corrimos hacia una de las esquinas menos concurridas del Parque Nacional, y logramos dar vida al nuestro que lucía sus barbas de pinocha.
Todo transcurrió en plena gozada. No importa que tengamos que “sufrir" colas de coche. Esperábamos con ansia llegar el punto de destino abriendo los ojos a ver si descubríamos los primeros copos aparcados en las cunetas del camino.
Daba gusto ver cómo papá le tiraba bolas a mamá, o nosotros tirándonos unos a otros por la cuesta.
Pero no, Todo esto no pudo ser, nos quedamos sin poder disfrutar ni de esto ni de nada. No hubo ocasión de madrugar, ni marchar a la nieve, ni jugar, ni nada... Ese bicho que anda por ahí flotando nos dejó en casa con el pijama puesto.
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