Lo recuerdo desde pequeño. Matanza aquí no es tanatorio, ni entierro, ni honras fúnebres. Aquí era fiesta. Poco menos que un rito. En la mañana se mataba al cerdo poco a poco. Todavía poco menos que respiraba y algunos pocos saboreaban orejas o las pezuñas ya asadas. Seres vivos los que comían. Seres vivos los que veían eran comidos. A la noche se preparaba el relleno de las morcillas con lz sangre del cerdo. No se conoce la cifra exacta pues es una práctica poco regulada pero son decenas de miles los cerdos que mueren acuchillados en matanzas familiares y públicas que, amparadas en la tradición —siguen estando protegidas-. Tampoco hemos escuchado al cerdo para saber cómo se siente. Desde que nació era un cerdito mimoso y de repente se ha convertido en un condenado cerdito.
Animales que se matan para donar sus pieles, otros a los que se mata por pura diversión y se televisa para gozo de los aficionados ausentes y no hay duelo. Mientras los otros seres vivos cantan y bailan celebrando la apuesta ganadora no se ve a nadie alrededor del cadáver. La vida es difícil para todos. Lo es mientras vives y cuando te vas de la vida, que en algunos sitios se prohíben la matanza de animales como espectáculo y en otros se alimenta y se subvenciona.
No nos habíamos dado cuenta: ¡qué solos se quedan los muertos!
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