Nos
dicen que cuando nos vayamos a la cama nos olvidemos de nuestros problemas,
intentemos conseguir que queden bien lejos. ¿Es eso posible? Sí lo es. Pero cuando
comienza un nuevo día, casi sin salir de la cama, esos mismos problemas vuelven a aparecer. Porque la cama y
nuestros sueños no son como el viento.
En estos valles donde vivimos los humanos, al viento se le conoce como es
esfuerzo, hacer trabajo. No nos podemos quejar, porque precisamente esas
dificultades y ese esfuerzo que hacemos para vencerlas son las palancas
necesarias para poder disfrutar del éxito en cualquier lugar y momento, ya sea
haciendo la cama en nuestra casa, ya sea en el trabajo que nos corresponde, ya
sea los ratos que pasamos por los amigos.
Trabajo, esfuerzo, sacrificio. Sin ellos los resultados -éxito, alegría y
fiesta- son realidades que no existirían.
Por eso muchas veces se nos pone como ejemplo a aquellos antiguos personajes
que tuvieron que atravesar el desierto para llegar a la tierra prometida.
Llegar a la tierra prometida hoy también requiere trabajo,
aunque sepamos que esa tierra prometida esté más cerca: Al otro lado de
tu falso yo; de mi yo, de su yo, de nuestro yo. No hablo, pues, de teorías o
imaginaciones.
Hoy todas las distancias se han reducido; ya nada queda lejos. Todo queda
interrelacionado, todo influye en todo. Cerca y lejos ¡qué más da! Contentos
y tristes a la vez. No sé si esto último ha sido la mentira más verdadera.
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