Caminaba por las calles del
casco antiguo de la ciudad. El asfaltado eran esos viejos adoquines del siglo pasado.
Por eso a cada momento paraba tranquilamente apoyándose en su bastón y
rastreaba los mosaicos que habría de pisar al tiempo que, totalmente erguido y
mirando a las nubes, inspiraba profundamente y expiraba soltando suavemente el
aire por su boca. No era yo precisamente un hombre joven sino más bien maduro.
Cambié pronto de rumbo y crucé
la calle hacia la otra acera logrando ponerme a su lado. Y le pregunté:
- ¿Cómo es que lleva usted
unos zapatos de color amarillo?
- ¿Lo dice porque soy viejo? ¿Qué
tiene que ver la edad con los zapatos que llevo? Puede usted llamarme viejo sin
problema. Pero esos zapatos los llevo yo desde que se diseñaron.
- ¿Entonces usted era
seguidor de la moda cuando joven?
- No amigo, no. Yo no seguía ninguna moda. Yo era su
creador. El que la diseñaba. Y si usted busca algo especial en esta época
podría en los ratos libres dedicarle un tiempo.
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