lunes, 26 de agosto de 2019

Nostalgia


No, decididamente me niego a caer en la nostalgia. La nostalgia me lleva irremisiblemente a la añoranza y la añoranza a la tristeza. Y me niego a abrirle -otra vez- la puerta de mi casa a la tristeza. Por eso me costó dios y ayuda abrir aquella caja de metal que encontré en la buhardilla. La reconocí enseguida, claro, dentro del viejo baúl. En ella alguien -no sé quien, quizás mi madre- había guardado recuerdos de mi infancia. Pero había que abrirla, no fuera a ser que contuviera, además, alguna otra cosa de más valor, algún documento importante, vaya usted a saber.

Me sonreí al ver la bolsa de tela donde guardaba mi pequeña colección de soldaditos de plomo. Se conservaban bien, con el policromado casi intacto, después de más de cuarenta años allí acuartelados, desde aquel día en el que apareció tío Ángel con ellos, durante uno de esos veraneos en la casa de Alicante de las hermanas de mi abuela. Fue todo un descubrimiento para mí, uno de esos regalos que te cambian la vida. Pero esa es otra historia…

El resto de objetos no me causaron tanto impacto. Había por allí un par de odiosos cuadernos Rubio, de esos que te compraban a principio de cada verano tus padres para que practicaras matemáticas y ortografía y que, en las tardes de estío, bostezabas sobre ellos, tratando de espantar las moscas que se posaban cerca. ¿Me lo parece a mí o las moscas de los sesenta eran más pesadas que las de ahora?

También había un especial de la familia Ulises en el TBO, absolutamente amarillo, acartonado por el paso del tiempo. ¿Por qué lo había guardado si mis preferidos eran Mortadelo y Filemón o, mejor aun, Rompetechos? Capricho, me imagino. Había lápices y gomas de borrar, duras como una piedra, pero la mayoría sin estrenar, muestra clara del poco éxito de los dichosos cuadernos de problemas y letras redondilla.

No tiré nada. Al fin y al cabo, la memoria de la gente es como un llavero con muchas llaves, más llaves cuantas más vivencias se van acumulando. Las hay de todos los tamaños -de puertas, de cajones, nuevas, viejas…- y en la medida de lo posible, uno elige abrir y el paso a unos recuerdos y mantener cerrados otros. A veces el aire cierra de golpe alguna puerta o alguna llave se parte y se queda atascada en la cerradura, sin que puedas volver a mirar dentro. Gajes del oficio.

Lo guardé todo de nuevo, excepto mis recuperados soldaditos de plomo y con un carrete de cuerda que llevaba en el bolsillo, junto con un rotulador, celo bien ancho y unas tijeras, volví a cerrar la caja -bien atada ahora-, decidido a no volver a abrirla nunca más.

Corté un buen trozo de celo y escribí con letras gigantes y en mayúsculas “NOSTALGIAS”.



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