De seguro, mucha gente conoce
la canción “99 Lufftballons” del grupo alemán Nena -un grupo que solamente tuvo
este gran éxito-. En ella se cuenta una anécdota verídica: cuando el viento
soplaba adecuadamente, algunos ciudadanos de Berlín occidental soltaban globos al
aire, con la esperanza de que, de alguna manera, el mensaje escrito en un papel
y alojado alojado en su interior, llegara a sus familiares y amigos del Berlín
oriental. Un muro separaba a unos de otros y era una de las pocas formas de
hacerles saber noticias suyas.
Hoy hace 30 años de la caída
de ese muro; una caída que precipitó una serie de cambios en toda Europa y que
ayudaron a configurarla tal y como lo es en la actualidad. Ya no existe eso que
se llamaba “Telón de acero”, lo cual no implica -caro está- que hayan
desaparecido todos los problemas en el viejo continente. Cambiaron fronteras,
desaparecieron países enteros y surgieron otros, a menudo forjados a sangre y
fuego. Poco después, los Balcanes mostraron la cruda realidad de que, siempre y
en todo lugar, se corre el peligro de volver a cometer las mayores atrocidades
de las que somos capaces los seres humanos. Es parte desgraciadamente de
nuestra condición.
Y sin embargo hoy hace 30
años de la noche en la que aquel amasijo de hormigón, hierro y alambradas se
deshizo, casi en unas horas, sin que nadie lo eche hoy de menos. Aquel muro se
deshizo -al menos el físico- como un azucarillo, con mucha menos dificultad de
la esperada. Quizás porque a veces las paredes están en nuestra mente cuando ya
no hay una realidad que las sustentan.
Siempre habrá quien
quiera levantar muros, pero también quien quiera derribarlos.Y eso es motivo de
esperanza.
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