Hacia solo veinte horas que
lo había traído al mundo y no había podido estar a solas con él. Eran las diez
de la noche cuando por fin familiares y amigos habían salido y se quedó sola en
su casa con el pequeñín y su esposo.
Déjame un ratillo a solas con
el pequeño Marcos pues, con tantas visitas, no he podido hablar con él a solas.
Por fin solos, mi chiquitín. Quiero que desde hoy
sepas unas cuantas cosas que en mucho van a depender de mí.
¿Ves la cadena de oro colgada en mi cuello?
Mira estas también que guardo en mi cajita. Son
lindas, ¿verdad?
Pues desde hoy las joyas más preciosas que he tenido
alrededor de mi cuello son los brazos de mi chiquitín. Tus brazos. No eres un
cualquiera.
Tomando al niño consigo lo
asomó a la ventana y señalando al sol le dijo:
Ése es el sol. Es la joya del cielo. Pero tú no le
tengas envidia. Tú eres la joya de esta casa. Has llegado aquí como polvo de
estrellas, soplado de la mano de Dios. Cuenta siempre conmigo. Pase lo que pase
tu padre y yo estaremos siempre a tu lado. Tendrás defectos, fallos,
imperfecciones. Pero nadie creerá en ti como lo hace tu madre. Siempre esas
cosas quedarán atrás. Siempre mi oración por ti te acompañará. Siempre mis
brazos abiertos estarán para abrazarte. Y siempre y en todo momento podrás comprobar
que aunque sientas por cualquier motivo que el mundo entero te ha abandonado,
siempre, siempre habrá una persona que sigue de pie y confiando en ti, que es
tu madre.
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