Siempre nos vamos a encontrar
con situaciones y circunstancias de nuestra vida frente a las cuales hemos de
tener unos principios de vida que nos hagan actuar en el momento y no estar
pendientes de una respuesta que no llega desde fuera ya que, antes, ahora y
después, nosotros somos sus dueños.
Así en el mundo afectivo
nuestras relaciones -sobretodo precisamente esas: las afectivas- no deben girar
desde el egoísmo. Ni de ellos para conmigo,
ni de mí para con ellos. Hay opciones personales que pueden trascender a la
familia. Opciones políticas, ideológicas, religiosas, etc. no nos deben
enfrentar a los nuestros. Debemos comportarnos de manera que ni devoren nuestra
libertad personal, ni nos cierren a los que han hecho posible estemos aquí.
En una segunda cuestión está
todo aquello que nos hace sufrir en la vida. No caben resignaciones que nos
paralicen. Para empezar, no cabe otra cosa que aceptar aquello con lo que nos
hemos topado; no vale poner una cortina que lo pueda esconder. No existe. Pero
si que hemos de ponernos en camino, avanzar y cambiar mejorando lo que podamos.
No cabe vivir sometidos y situarnos como víctimas.
Y un tercer aspecto es la
toma de decisiones en nuestra vida. Vivimos en una sociedad en movimiento. Si
la tierra está dando vueltas al sol, eso se nota en los movimientos continuos a
los que estamos sometidos.
Así mismo, debemos ponderar movimientos
emocionales, mentales, de ideología, etc., que pueden hipnotizarnos y hacernos
de su corriente o dejarnos que las modas y las tendencias influyan
desmedidamente en nosotros.
Para todo ello la libertad de
pensamiento y actuación será una fundamental, como lo será aprender a usar lo
que tenemos de manera responsable y para el bien común. Aprender a no idolatrar
ideas aparentemente deslumbrantes, sin haber sopesado su contenido profundo.
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